El Proceso Emocional
Cada emoción que experimentamos (miedo, tristeza, ira, frustración, impotencia, satisfacción, alegría, ilusión, etc.) nace de una experiencia intelectual de un individuo con el propósito de generar una respuesta funcional al atender una situación, que puede ser tanto del presente como del pasado o del futuro, y puede ser tanto real como imaginada.
No son un hecho aislado en sí, sino que son parte de un proceso. Ya que algo sucede antes (la situación y el pensamiento) y algo sucede después siempre (la respuesta fisiológica y la conducta).
Las emociones están causadas por nuestros pensamientos y es lo que provocan nuestras respuestas fisiológicas y nuestras conductas.
Las emociones no se generan espontáneamente por arte de magia, no son actos mentales irracionales que debamos reprimir con la razón, no son defectos de fabricación de un creador, ni castigos divinos, ni elementos distorsionadores de la realidad; no nos esclavizan y nuestro objetivo vital y racional no es liberarnos de su yugo; no son vestigios de nuestro pasado animal y evolucionar como seres humanos no significa dejar de sentir emociones. Es fundamental que aprendamos a entenderlas y a manejarlas para podernos adaptar funcionalmente a las circunstancias concretas que experimentemos.
"Una emoción es una respuesta compleja de todo el organismo de un individuo, como reacción al atender lo que se interpreta como una demanda del ambiente".
De donde surgen las emociones
Todas las diferentes emociones surgen de la misma forma: el sujeto se encuentra en una situación y se enfrenta a ella, con los recursos de los que dispone, para adaptarse de la manera más funcional. ¿Y cuándo tendremos este impulso para adaptarnos? Pues, cuando no nos quede otro remedio.
Siempre que haya un desequilibrio en un sistema, se va a producir un movimiento en un sentido concreto, como en los vasos comunicantes.
Cuando un organismo se enfrenta a un desequilibrio, inicia un movimiento para establecer un equilibrio en el sistema. Estos movimientos pueden ser diversos, desde la simpleza de los provocados por el equilibrio hidrostático, la homeostasis, hasta los flujos migratorios de decenas de miles de personas.
Las primeras conductas intencionales que tuvieron los primeros organismos que se enfrentaron a un desequilibrio en su ambiente tuvieron que ser las conductas de dirigirse a algún sitio o alejarse, siempre con el fin de llegar a una situación favorable: equilibrio, paz, comodidad, seguridad, bienestar, saciedad, satisfacción o felicidad.
Si quisiéramos ubicar en qué momento concreto de la evolución de la vida en la tierra surgieron, lo que podríamos llamar, las primeras emociones, protoemociones o emociones primitivas, sería en ese preciso instante del reinado de la vida cuando algunos microorganismos convirtieron unas reacciones propias ante unos sucesos del ambiente específicos, en un esquema habitual de comportamiento, porque era funcional para ellos. Poco a poco este esquema fabricado, probado y verificado por la experiencia, se iría consolidando convirtiéndose en un proceso casi autónomo, en el que con una chispa concreta se desencadenaría todo un complejo proceso.
Imaginemos a una ameba dirigiéndose hacia un paramecio para engullirlo o huyendo de un zoopagal que la quiere devorar. ¿No se puede hablar de un tipo básico de emoción, de deseo o de miedo en cada caso? ¿No estamos contemplando un mecanismo complejo concreto que engloba una infinidad de respuestas fisiológicas unificadas bajo un mismo fin común, todas necesarias para atacar y devorar, o para huir?
Para qué sirven las emociones
Si deseo algo, si quiero comer algo, si quiero matar algo, si quiero cuidar algo, me dirijo hacia ello y mi organismo se encarga de organizar todos mis recursos para ese fin. Si algo me da miedo, si algo me da asco, si algo me provoca aburrimiento, me alejo de ello y mi organismo se encarga de organizar todos mis recursos para ese fin. Si no siento deseo de conseguir nada, si nada me atrae y si no me encuentro con ningún malestar, sentiré equilibrio y algo parecido a la paz y al sosiego. Así pues, acercarme, huir o estar indiferente son las tres reacciones emocionales básicas.
Ya que todas las emociones surgen de la interacción del sujeto con su medio, y ya que podemos relacionarnos con el entorno de tres maneras: acercándonos, alejándonos o permaneciendo indiferentes, tendremos, por lo tanto, que en todas las emociones que podamos sentir hay uno de estos tres propósitos: algo me provoca atracción y me acerco, algo me provoca repulsión y me alejo, o algo me provoca indiferencia y no hago nada al respecto, por ejemplo:
- Con la ira siento atracción para agredir a algo o alguien.
- Con la ilusión me dirijo hacia lo que creo que me va a beneficiar.
- Con el amor siento atracción para cuidar de algo o alguien.
- Con el miedo siento repulsión para huir de algo o de alguien.
- Con la frustración ceso en la conducta que estaba realizando y genero una nueva expectativa.
- Con el asco siento repulsión para dejar de estar en contacto con algo o alguien.
- Con el aburrimiento siento indiferencia por el tipo de estimulación que recibo de algo o alguien.
- Con el menosprecio siento indiferencia por el valor de algo o alguien.
- Con la culpa siento atracción hacia algo o alguien –que puedo ser yo mismo– para castigarlo.
De esta manera, sentiría el deseo de alejarme de algo o alguien —repulsión— con emociones tan dispares como: miedo, odio, asco, enfado, indignación, injusticia, frustración, decepción, etc. En estas emociones tan diferentes, existirían parecidas respuestas fisiológicas similares que provocarían el mismo impulso de alejarme de algo, pues esto es lo que un observador externo percibiría. Lo peculiar del asunto es que, aunque la conducta sea igual, aparentemente, yo sabría que las emociones que las han provocado son diferentes.
El objetivo del proceso emocional es ser lo más eficaz y eficiente posible en el proceso de adaptación, al estructurar los recursos propios de forma automática. Con esta automatización se consigue que, tras una simple evaluación inicial, se genere finalmente una respuesta muy compleja en la que interviene prácticamente todo el cerebro y muchas partes del resto del cuerpo.
Por lo tanto, las emociones sirven para realizar conductas muy complejas e importantes para el individuo, que requerirían mucho esfuerzo de procesamiento, de forma automatizada, para así economizar los recursos propios.
Emociones que duelen
Podemos resumir la naturaleza de las emociones diciendo que son la forma en que el individuo intenta adaptarse al ambiente de manera óptima.
Si mis conocimientos sobre el ambiente y mis recursos propios son correctos, experimentaré emociones funcionales que me ayudarán a adaptarme de la mejor manera posible. Pero si lo que creo saber sobre el ambiente o sobre mí mismo es incorrecto, entonces tendré emociones que no me ayudarán a adaptarme eficazmente, ya que generaré una conducta y una respuesta fisiológica que podrían ser adecuadas para otra situación, pero no para la que me encuentro. Esas emociones son las que realmente me duelen y van a ser el objetivo de nuestra intervención.
No todas las emociones funcionales son deseables. Sentir Ira, furia, tristeza, pena, frustración, decepción, odio, asco o desesperación, entre otras, no es algo que las personas quieran sentir. Sin embargo, cuando las sentimos por una causa justificada y nos empujan a realizar conductas adaptativas para nosotros, es lo más funcional que podemos hacer.
Por ejemplo:
Por supuesto que no es adaptativo tener siempre miedo o sentir siempre ira cuando algo nos agrede. Habrá ocasiones en las que lo adaptativo sería huir, por lo tanto, el miedo sería lo más pertinente; y habrá otras ocasiones en las que la única forma que tengamos disponible para detener esa agresión sea agredir también, por lo que la ira sería la emoción más funcional. En estos casos estas emociones nos son de la máxima utilidad.
Aunque estas emociones nos duelan, en ciertas situaciones es bueno sentir su dolor porque nos conducen a reaccionar de forma beneficiosa para nosotros
Sin embargo, hay emociones que no queremos sentir y que, además, no nos valen para nada. A estas emociones las llamamos disfuncionales. Esas son las emociones que duelen... las inútiles, las que no me sirven para adaptarme al ambiente de una manera funcional. Estas son las emociones que hacemos que desaparezcan con la psicoterapia.
Qué emociones son las que más daño hacen
Todas las emociones, excepto la culpabilidad, pueden ser perfectamente funcionales si los pensamientos generados en el proceso emocional son cabales. El mismo hecho de que existan, indica que nos son útiles para adaptarnos a las circunstancias del ambiente, por ejemplo:
- si me agreden, mi ira hace que me defienda.
- si pierdo algo, mi tristeza me ayuda a aceptar la perdida.
- si no se cumple mi expectativa, mi frustración me guía en la elaboración de una nueva expectativa.
Pero, como hemos comentado, si mis procesos mentales son deficientes, las emociones consecuentes me dolerán inútilmente. Sufriré, me diagnosticarán ansiedad o depresión, estaré de baja laboral, me aislaré socialmente, viviré amargado y mi vida se hará insoportable.
En este despegable he enumerado las principales emociones implicadas en la mayoría de motivos de consulta.
Todas estas emociones están detrás de todos los motivos de consulta, no solo en la Depresión o en la Ansiedad.
La impotencia, la frustración, la desesperación, la injusticia, la insatisfacción, el miedo, entre otras, suelen estar vinculadas tanto a los dos grandes grupos de patologías que estoy comentando, como al resto de motivos de consulta como el estrés, el duelo, la autoestima, los problemas de pareja, familia y sexuales o la autoestima.
No es posible hacer una psicoterapia cabal y eficiente sin profundizar en las emociones que tiene el paciente, tanto para elaborar un diagnóstico correcto, como para diseñar un tratamiento eficaz que elimine el sufrimiento inútil.
De esta lista de emociones disfuncionales hay una que merece una distinción especial: LA CULPABILIDAD
Esta emoción tan disfuncional surge al juzgar una situación en la que creo estar implicado, pensando que he hecho algo que no debería haber hecho. Provoca conductas de autocastigo, aflicción, junto con su activación fisiológica correspondiente.
La culpabilidad es una reacción emocional ante un planteamiento vital que provoca multitud de problemas, pero ninguna solución. Las soluciones funcionales que se suelen asociar erróneamente a la culpa realmente las proporciona la responsabilidad. Pero, solo para enumerar brevemente, la culpabilidad es la causa principal de la existencia de estos problemas en nuestras vidas y que veo a diario en la consulta:
- Que no elijamos el camino de la responsabilidad como la forma de adaptarnos a los sucesos del entorno.
- Que no busquemos las causas que provocan las consecuencias indeseables y así solucionar los problemas, sino que nos conformemos con encontrar al culpable solo para castigarlo.
- Que vivamos anclados a los sucesos nefastos del pasado.
- Que no podamos disfrutar de la felicidad en los momentos del presente.
- Que, por más sucesos favorables que nos ocurran, vivamos siempre amargados.
- Que veamos el futuro con miedo a sentirnos culpables y vivamos cohibidos.
- Que sintamos que estamos constantemente en un juicio, obligados a justificar todos nuestros actos.
- Que no se acierte en un diagnóstico preciso en salud mental debido a la distorsión de los síntomas.
- Que no se avance en los procesos psicoterapéuticos porque el malestar persiste al no intervenir en las verdaderas causas.
- Que nos resignemos a vivir con ansiedad y depresión.
- Que abandonemos los tratamientos por miedo a vivir sin culpabilidad.
- Que nos involucremos en pseudotratamientos que no conducen a ninguna mejora sustancial y solo nos hagan perder tiempo y dinero.
- Que no adoptemos conductas beneficiosas por miedo a sentirnos culpables.
- Que nos saboteemos a nosotros mismos como una forma de castigarnos.
- Que aceptemos las adversidades que nos suceden como castigos que merecemos sin defendernos.
- Que busquemos y ejecutemos los autocastigos que más nos hagan sufrir.
- Que renunciemos al control de nuestras vidas y se lo concedamos de manera inapropiada a aquellos a quienes les hemos dado el derecho de juzgarnos, y así nunca nos sintamos verdaderamente realizados, íntegros y libres.
Por todo esto, la culpabilidad siempre es disfuncional, no nos es útil en absoluto en ninguna circunstancia, nos provoca un sufrimiento constante y desmesurado, y por eso es la causante de la mayoría de motivos de consulta.
Tiene una importancia tan radical en el proceso terapéutico la erradicación efectiva de esta emoción que se ha convertido en unos de los objetivos fundamentales de todas mis intervenciones y la razón para la publicación del libro: Vivir sin Culpa, Una guía completa para eliminar el sentimiento de culpa.